Buenas tardes, en primer lugar quiero agradecerles la posibilidad de
estar aquí, y el trabajo que se toman para escuchar con atención cada
una de las intervenciones. La mía intentará seguir el espíritu del
documento que elaboramos los curas de las villas, el pasado 16 de marzo:
“Con los pobres abrazamos la vida”.
1. Cuando se niega el derecho más elemental –el derecho a vivir– todos los derechos humanos quedan colgados de un hilo. Porque cualquier opción por la dignidad humana necesita fundamentos que no caigan bajo discusión, más allá de cualquier circunstancia. De otra manera esa opción se vuelve muy frágil. Porque si aparece alguna excusa para eliminar una vida humana inocente, siempre aparecerán razones para excluir de este mundo a algunos seres humanos que molesten. Mandarán las circunstancias.
2. Cuando una mujer humilde de nuestros barrios va a hacerse la primera ecografía, no dice: “vengo a ver cómo está el embrión o este montón de células” sino que dice: “vengo a ver cómo está mi hijo”. Podríamos preguntarnos. ¿Qué solidez puede tener entonces la defensa de una vida humana? Si una ley puede definir en qué momento puede ser eliminada o no. En que se apoyaría la ley para decir: no es legítimo quitarle la vida a un ser humano cuando tiene más de tres meses, pero que sí se lo puede matar cuando tiene unas horas menos. Si una ley puede definir en qué momento una vida humana puede ser eliminada, entonces todo queda sometido a las necesidades circunstanciales, a las conveniencias de los que tengan más poder, o a las modas culturales del momento.
3. Si pretendemos definir o valorar a la persona humana por el desarrollo que tiene, entonces entramos en esa lógica que sostiene que hay seres humanos de primera o de segunda. Muchas veces miramos a los países poderosos y “desarrollados” de nuestro mundo. En muchos de ellos está legislado el aborto. Y en muchos casos se descarta así a los niños que van a nacer con Síndrome de Down. ¡Cuánto nos enseñan estos niños a los que tenemos atrofiada la capacidad de amar! La lógica de los poderosos, de los fuertes, que deciden sobre los que menos posibilidades tienen, es la lógica dominante en nuestro mundo de hoy. Y esto también, de alguna manera, se traslada al tema de la niña o niño por nacer.
4. Algunos planteos de otros sectores sociales —creemos que este es uno de ellos— toman a los pobres como justificativo para sus argumentos. Se desconoce la cultura de la mayoría de las mujeres pobres. Para ellas los hijos son el mayor o el único tesoro, y no son algo más entre muchas posibilidades que el mundo de hoy puede ofrecer. Eso explica que tantas mujeres pobres se desvivan trabajando por todas partes para poder criar a sus hijos. Para la sensibilidad de ellas es particularmente trágico abortar, y generalmente lo viven como una profunda humillación, como una negación de sus inclinaciones más íntimas. Si se quiere ayudar realmente, lo primero que hay que hacer en nuestros barrios es luchar contra la pobreza con firme determinación y en esto el Estado tiene las mejores herramientas. Con cerca de 30% de pobres —detrás de los cuales hay rostros e historias—, hay discusiones que debieran priorizarse. Si en lugar de enfrentar esos graves problemas sociales optamos por atentar contra la vida por nacer, no hacemos más que agregarle muerte a ese panorama sombrío.
5. Y a las mamás que sufren situaciones dramáticas hay que acompañarlas y poder ayudarlas con su embarazo, como hacen muchas vecinas que ayudan en situaciones difíciles, cuando no hay nadie más que ellas; o como esas comunidades que se organizan en nuestros barrios y por ejemplo salen a las ranchadas a acompañar a los que están en la calle y se encuentran con chicas que están solas y embarazadas, les hacen un lugar y las siguen acompañando, cuidando de las dos vidas. Y aquí se sigue una corazonada muy profunda: No es humano favorecer a un débil en contra de otro más débil aún.
6. Obviamente la propuesta de una vida digna no acaba con el nacimiento de la niña o el niño. Necesitan calor de familia-comunidad, necesitan nutrirse bien, necesitan jardín y escuela, necesitan acceder a la atención médica adecuada, necesitan que los clubes sean espacios sanos y dichosos donde desplegar sus potencialidades. Etc. Y si en nuestra patria la mayoría de los pobres son niños y adolescentes, ellos deben ser los privilegiados.
7. Y nosotros como mundo adulto y especialmente si ocupamos lugares de responsabilidades y poder de decisión, debemos entrar en el camino de la austeridad de la propia vida. Los que ocupamos lugares de conducción, no podemos ignorar las injusticias de nuestro mundo y de nuestro país, no podemos ser de los que festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, mientras las niñas y niños pobres miran.
8. Como pueblo somos capaces de apuntar más alto y de sostener un profundo respeto por la dignidad de los más débiles. Aunque no parezca la salida más pragmática, los argentinos podemos resolver los problemas sin arrancarle la vida a un inocente antes de que pueda defenderse. Podríamos hacer la diferencia. No es inofensivo abrir la puerta del aborto. Una lógica de muerte sólo provocará más muerte y tristeza.
Mons. Gustavo Oscar Carrara, obispo auxiliar de Buenos Aires
10 de abril de 2018
1. Cuando se niega el derecho más elemental –el derecho a vivir– todos los derechos humanos quedan colgados de un hilo. Porque cualquier opción por la dignidad humana necesita fundamentos que no caigan bajo discusión, más allá de cualquier circunstancia. De otra manera esa opción se vuelve muy frágil. Porque si aparece alguna excusa para eliminar una vida humana inocente, siempre aparecerán razones para excluir de este mundo a algunos seres humanos que molesten. Mandarán las circunstancias.
2. Cuando una mujer humilde de nuestros barrios va a hacerse la primera ecografía, no dice: “vengo a ver cómo está el embrión o este montón de células” sino que dice: “vengo a ver cómo está mi hijo”. Podríamos preguntarnos. ¿Qué solidez puede tener entonces la defensa de una vida humana? Si una ley puede definir en qué momento puede ser eliminada o no. En que se apoyaría la ley para decir: no es legítimo quitarle la vida a un ser humano cuando tiene más de tres meses, pero que sí se lo puede matar cuando tiene unas horas menos. Si una ley puede definir en qué momento una vida humana puede ser eliminada, entonces todo queda sometido a las necesidades circunstanciales, a las conveniencias de los que tengan más poder, o a las modas culturales del momento.
3. Si pretendemos definir o valorar a la persona humana por el desarrollo que tiene, entonces entramos en esa lógica que sostiene que hay seres humanos de primera o de segunda. Muchas veces miramos a los países poderosos y “desarrollados” de nuestro mundo. En muchos de ellos está legislado el aborto. Y en muchos casos se descarta así a los niños que van a nacer con Síndrome de Down. ¡Cuánto nos enseñan estos niños a los que tenemos atrofiada la capacidad de amar! La lógica de los poderosos, de los fuertes, que deciden sobre los que menos posibilidades tienen, es la lógica dominante en nuestro mundo de hoy. Y esto también, de alguna manera, se traslada al tema de la niña o niño por nacer.
4. Algunos planteos de otros sectores sociales —creemos que este es uno de ellos— toman a los pobres como justificativo para sus argumentos. Se desconoce la cultura de la mayoría de las mujeres pobres. Para ellas los hijos son el mayor o el único tesoro, y no son algo más entre muchas posibilidades que el mundo de hoy puede ofrecer. Eso explica que tantas mujeres pobres se desvivan trabajando por todas partes para poder criar a sus hijos. Para la sensibilidad de ellas es particularmente trágico abortar, y generalmente lo viven como una profunda humillación, como una negación de sus inclinaciones más íntimas. Si se quiere ayudar realmente, lo primero que hay que hacer en nuestros barrios es luchar contra la pobreza con firme determinación y en esto el Estado tiene las mejores herramientas. Con cerca de 30% de pobres —detrás de los cuales hay rostros e historias—, hay discusiones que debieran priorizarse. Si en lugar de enfrentar esos graves problemas sociales optamos por atentar contra la vida por nacer, no hacemos más que agregarle muerte a ese panorama sombrío.
5. Y a las mamás que sufren situaciones dramáticas hay que acompañarlas y poder ayudarlas con su embarazo, como hacen muchas vecinas que ayudan en situaciones difíciles, cuando no hay nadie más que ellas; o como esas comunidades que se organizan en nuestros barrios y por ejemplo salen a las ranchadas a acompañar a los que están en la calle y se encuentran con chicas que están solas y embarazadas, les hacen un lugar y las siguen acompañando, cuidando de las dos vidas. Y aquí se sigue una corazonada muy profunda: No es humano favorecer a un débil en contra de otro más débil aún.
6. Obviamente la propuesta de una vida digna no acaba con el nacimiento de la niña o el niño. Necesitan calor de familia-comunidad, necesitan nutrirse bien, necesitan jardín y escuela, necesitan acceder a la atención médica adecuada, necesitan que los clubes sean espacios sanos y dichosos donde desplegar sus potencialidades. Etc. Y si en nuestra patria la mayoría de los pobres son niños y adolescentes, ellos deben ser los privilegiados.
7. Y nosotros como mundo adulto y especialmente si ocupamos lugares de responsabilidades y poder de decisión, debemos entrar en el camino de la austeridad de la propia vida. Los que ocupamos lugares de conducción, no podemos ignorar las injusticias de nuestro mundo y de nuestro país, no podemos ser de los que festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, mientras las niñas y niños pobres miran.
8. Como pueblo somos capaces de apuntar más alto y de sostener un profundo respeto por la dignidad de los más débiles. Aunque no parezca la salida más pragmática, los argentinos podemos resolver los problemas sin arrancarle la vida a un inocente antes de que pueda defenderse. Podríamos hacer la diferencia. No es inofensivo abrir la puerta del aborto. Una lógica de muerte sólo provocará más muerte y tristeza.
Mons. Gustavo Oscar Carrara, obispo auxiliar de Buenos Aires
10 de abril de 2018
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